Dama blanca no es un prodigio de tecnología, no es la más rápida, no es la más ligera, no es la más impactante, pero seguro que es la más fiable. Es virtualmente imposible averiarla. Si es capaz de soportarme a mí kilómetro tras kilómetro sin desmontarse, es capaz de cualquier proeza. En el inicio de la salida de ayer (aparcamiento de mobil-homes que se niegan a pagar la estancia de un camping) en Santa María de Palautordera, una finísima llovizna y nada de viento prometían una mañana entretenida. Un poco de subida, quizás hasta Montseny, bajar sin mucha prisa y así desperezarme después de dos dias de mini-vacaciones mirando cómo llovía, era el plan. Unos pocos estiramientos, colocarse los auriculares y poner en funcionamiento el mp3. Un tópico, la Pasión según San Mateo, de Bach, no por conocida menos bella.
La carretera hacia Montseny empieza muy llana, y no es hasta llegar a la curva de las Piscinas que te das cuenta de que ésta es una montaña
de verdad. Apenas llueve, el chubasquero aún no se ha empapado y me protege de lo peor del día. El calor que genera la actividad física compensa el frío que poco a poco se va acentuando. Una vez más, sólo hay montaña y música, y yo en medio entre ellas
"Befiehl du deine Wege
Und was dein Herze kränkt
Der allertreusten Pflege
Des, der den Himmel lenkt
Der Wolken, Luft und Winden
Gibt Wegw, Lauf uns Bahn,
Der Wird auch Wege finden,
Da dein Fuss gehen kann"
(Encomienda tus caminos
Y todo lo que ofenda tu corazón
Al más fiel de los cuidados
De Aquel que rige los cielos.
El que a nubes, aire y vientos
Muestra su camino y curso,
Él señalará por dónde
Pueden caminar tus pies)
Justo cuando termina la Coral nº44 llego a la marquesina del autobús en la entrada de Montseny. Dos ciclistas (de los
de verdad) se guarecen de la lluvia. He llegado hasta aquí arriba sin darme cuanta de que la fina llovizna ha dejado paso a una lluvia
de verdad. Dama Blanca reluce como con perlas entre sus cables. Los dos ciclistas desisten y empiezan a bajar. Me encuentro muy tranquilo y extrañamente confortable. Miro carretera abajo, miro carretera arriba, y decido cambiarme el chubasquero por algo más serio: el maillot de plástico. Un poco de agua, una manzana, y hacia arriba.
Ha pasado una media hora desde la parada y avituallamiento. El agua cae en serio, me duelen las rodillas, me duelen las muñecas, me duele el cuello, hace mucho, mucho frío, y a pesar del chubasquero estoy empapado hasta el tuétano. Ni un coche, ni una moto, ni una bici, sólo lluvia, niebla, viento, música y dolor.
Si he de partir un día
No te apartes de mí
Si he de padecer la muerte
¡Ven a mí!
Cuando más temores sienta
Angustiar mi corazón
!Arráncame del sufrimiento
Con tu pena y tu amor!
Un recuerdo de mi pasado me regaló una vez una traducción de mi obra favorita, intercalando líneas en alemán y su traducción en Español. Con el paso de los años, he podido memorizar el texto y ya no oigo la versión original,
siento los subtítulos. No faltan más de dos kilómetros para llegar a Collformic cuando la lluvia se convierte en aguanieve. No puedo seguir soportando el dolor, no puedo seguir soportando el frío, y mientras estoy decidiendo si bajar o no, llego hasta el puerto.
El aparcamiento está abarrotado, tres 4x4, dos coches, seis motos y nueve bicicletas, cuatro de ellas de montaña. La barahúnda del interior llega hasta la puerta. Un café con leche calentito, y me bajo. Entro y una muralla de calor me empuja hacia atrás. Nunca he visto el bar tan lleno, con gente de pie alrededor de las mesas por falta de sillas. El ruido es ensordecedor, la gente habla a gritos para hacerse entender por encima del ruido de fondo.
Antes, se decía que cuando había camiones aparcados, un bar era bueno. Los tiempos han cambiado. Ahora hay bares de moteros y de ciclistas, hoy tan empapados como yo. Me pregunto si las butifarras con patatas son sustancias dopantes. La cerveza (perdón,
isostar de cebada) es, por lo que veo, universal.
El café con leche me sienta de maravilla. Miro hacia atrás y adivino, entre los cristales empañados de las gafas y los aún más empañados del bar, que el aguanieve cae con copos formales de vez en cuando. Es hora de bajar.
Dama Blanca me espera, humilde, entre hermanas de fibra de carbono, dobles suspensiones y maravillas tecnológicas que deben ser cubiertas con plásticos por sus dueños antes de entrar.
Nosotros tres, bicicletas, hombre y Bach, volvemos cuesta abajo.
Una vez de vuelta en el coche, cambiado y seco, me pregunto si en Madrid encontraré una montaña tan acogedora y cruel a la vez como mi Montseny.