jueves, 2 de abril de 2009

Indiferencia


Es la hora de la comida en el centro de distribución e, increíblemente, ha dejado de llover. Salgo a tomar un poco el aire, huyendo de los ecos de las naves vacías, de los silencios de las voces que ya no volverán a sonar, de la inmensidad hueca y a punto de ser abandonada. Me apoyo en el tronco de un árbol que hay justo al lado de la puerta de entrada, me fumo un cigarrillo. Mi atención se distrae mirando el trabajoso caminar de una hormiga, arrastrando un trozo de algo mucho más grande que ella.

El mundo de la hormiga es plano. Sus sentidos sólo detectan las feromonas que le guían hacia el hormiguero y algunos retazos del enorme valle por el que camina. Ese valle no es más que el dibujo de la baldosa de la acera. En el mundo de la hormiga sólo hay un deber: acarrear trozos de comida hacia el hormiguero. La hormiga no tiene forma de saber que la estoy mirando, no tiene forma de imaginar que algo de enormísimo tamaño puede ser una persona.

El mundo del hombre que observa a la hormiga es esférico. Sus sentidos detectan colores, olores, texturas, formas que se extienden en la distancia muchísimo más allá del alcance de sus brazos. En el mundo del hombre se está produciendo el paso de un pasado no demasiado alegre a un futuro incierto, paso conectado al cierre de los almacenes que quedan a su espalda. El hombre no tiene forma de saber que Gaia está mirándolo todo, no tiene forma de imaginar el enormísimo tamaño de Gaia.

El mundo de Gaia es infinito, millones de años-luz la rodean. Nadie puede ser capaz de saber en qué está pensando Gaia, ni siquiera aproximarse al concepto de lo que puede ser pensar para alguien como Gaia. Gaia sólo habla con Selene (¿su hija?¿su hermana?) y con Helios, su padre, en un lenguaje inconcebible tanto para la hormiga como para el hombre, pero ambos forman parte de Gaia, ambos son Gaia.

El vacío del espacio es muy frío, y Gaia se arrebuja, cubierta con su manto azul. El tiempo es el tejido del que se compone lo que le rodea, trama y urdimbre de las infinitas vidas que la forman.

Gaia es tan indiferente respecto al hombre que está fumando apoyado en el árbol, entre dos chaparrones, como la hormiga que atraviesa una esquina de la loseta de la acera. La indiferencia es la única constante universal, en un universo que contiene escalas tan diferentes como la de la hormiga, el hombre y el planeta.

Apago el cigarro y vuelvo al trabajo. Todavía queda un buen rato hasta las cinco y media. Mi jefa no sería indiferente si me quedo un rato más fumando y dejando volar la mente.

1 comentario:

  1. Todos parecemos indiferente a todos hasta que alguien nos hiere, o nos regocija.

    Hermosa prosa reflexiva.

    Te dejo un beso

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