domingo, 1 de noviembre de 2009

Caminos




Creía que vivía en un páramo seco, resquebrajado, asolado por el viento y calcinado por el sol. Pero no era más que la proyección de mi imagen interna al exterior. Desde agosto he descubierto que estas tierras están surcadas por miles de caminos estrechos, carreteras minúsculas, vericuetos donde el GPS encuentra dificultades para localizar la ubicación.


En La Alcarria la soledad encuentra su magnificencia. En algunos lugares, como en la carretera que va desde Azuqueca de Henares hasta el Pozo de Guadalajara, el llano habla de eternidad, de inmutabilidad, sólo surcada por una infinita recta que engaña a los sentidos, y que proporciona al ciclista unos minutos, largos minutos, de sensación de estar fuera del tiempo. En otros lugares, como en la carretera que une Humanes con Torre del Burgo, la comarca parece un baúl abandonado en un desván, lleno de secretos antiguos, rincones escondidos, sorpresas tras cada curva.


El mayor secreto que me ha sido dado descubrir es el de la serenidad del paisaje, serenidad de la que me empapo cada vez que monto en mi Dama Blanca. Atrás han quedado los meses de confusión interior, de conflictos, de emociones límite, de desesperación personal. El otoño se ha desencadenado, plácido, tanto fuera como dentro de mí. Ha sido este verano un doloroso proceso de aceptación, de reconocimiento, da caída, y de levantamiento, de renacer. El cereal de invierno empieza a mostrar sus primeros brotes verdes. Yo, también.

viernes, 21 de agosto de 2009

Rocas


Me remonto tan lejos como puedo recordar, y siempre ha habido una roca con la que he mantenido una relación especial, ha habido lugares que me han atraído por la energía, por la fuerza que emanaba de ellos, y que yo captaba, o creía captar, lugares donde podía sentarme todo el tiempo que quisiera, y extraer de ellos sentido, equilibrio, razón, destino. Esos lugares con rocas están geográficamente muy distantes entre sí, pero todos ellos participaban de una peculiar fuerza, esos lugares me llamaban por mi nombre, y yo acudía a ellos, tenían...


Hasta los diez años, un lugar al pie de un monte coronado por un farallón de rocas, un manantial al pie del farallón, las inmensas conducciones del abastecimiento de aguas de... Una infancia que recuerdo feliz, en unos cuantos sentidos, y trágica, en otros tantos... Un columpio, salidas cada domingo...


De los diez a los veinte años, una gran roca de granito en el fondo de un valle umbrío, hoy pista de entrenamiento de moto-cross, una roca con gran árbol saliendo de sus entrañas, una roca que cimentó la Edad de Oro de mi vida, el recuerdo de una roca que muchaz veces me es portador de fuerza para seguir, un recuerdo fuera del tiempo que me parace al alcance de la mano, pero de la misma manera que cuando un hombre se baña en dos instantes diferentes en el tiempo en un río, éste no es el mismo en cada instante, como tampoco lo es el hombre. Todo fluye, nada es... y todo fluyó cuesta abajo.


De los veinte a los treinta transcurrieron los Años Oscuros. Barbudo, sucio, desaliñado, sin rumbo, descansaba sobre una roca en la solana de un monte cercano a ... Buscaba un sentido, buscaba una salida, buscaba un fin... buscando el fin me pasé diez años, un instante en la indiferente vida de esa roca. No encontré el bálsamo que necesitaba, no encontré la salida, pero tampoco supe encontrar el fin.


A los treinta, ella me encontró, y al encontrarme, me encontré yo mismo. Tardé treinta años en ser yo, en tener un centro al que dirigirme. Ella me mostró los caminos que cruzaban esas montañas altísimas del Pirineo, caminos plagados de rocas alegres que cantaban a coro mi nombre. Ella me enseñó tantas cosas... de su mano rompí mi desesperación, y conocí el amor, y conocí aquel refugio a caballo entre dos países, y al pie del refugio aquella roca a la que nunca más he de volver, pues allí recordé que sabía ser feliz, y empecé a practicar la nueva ciencia, la de la felicidad. Fui feliz durante seis años, seis años de aventuras, de despedidas, de reencuentros, de pasar horas hablando por teléfono, días de añoranza y noches de pasión, cada vez era la primera vez, cada vez la última. Y trabajé en un montón de lugares durante esos seis años, dejándome la piel en el trabajo, y el alma por ella, y el alma en ella. Y subí a montañas cada vez más altas,c on rocas cada vez más frías, más duras, pero que me proporcionaban mayores recompensas. Subí, y bajé...


A los treinta y seis me hice sedentario, y al perder el sentido de la aventura, la perdí a ella. Aprendí una ecuación: yo pierdo, tú ganas. La ecuación se simplificó: yo pierdo. Pero encontré en lo más recóndito de un hayedo del Montseny mi roca, la roca que nunca me abandonó, y a la que nunca abandonaré. Una roca cubierta de misteriosa vida verde, una roca que se vestía con los cambiantes tonos de las estaciones, una roca de voz dulce, acariciadora, una roca que tenía una voz idéntica a la de ella... una roca que me suministró los materiales de construcción de mi cárcel interior.


Me despedí de aquella roca pensando en que, de vez en cuando, podría recurrir a su fuerza en caso de necesidad, podría dejar de pensar, de sentir, de no saber distinguir si las cosas que oía eran reales o imaginarias. La crisis económica mundial me trajo físicamente a Guadalajara, pero lo que realmente me empujó a venir fue la nostalgia que sentía respecto a poder llegar a ser feliz. Me costó horrores sin nombre el llegar a pensar que tenía derecho a la búsqueda de mi propia felicidad.


Y busqué en el manual del minero de felicidad, y en el capítulo primero encontré la recomendación de estar en compañía de otras personas, y me sentí muy satisfecho y muy halagado cuando se dijo de mí que era muy buen conversador al hablar en tono tan coloquial y tan cercano a cada uno de los oyentes sobre la angustia, el dolor, la pérdida. Y confié en otras personas, especialmente en una, y me desesperé cuando fui tácitamente rechazado por ella, y escribí líneas de desesperanza infinita... tan familiar, tan cercana. Ella, la desesperanza, es la única mujer que nunca me abandonará, pensé, y al lunes siguiente reí como un bobo cuando me di cuenta de que la desesperanza me impidió ver que esa morenita, tan morenita como rubia fue la otra ella, tan urbanita como montaraz fue la otra, me estaba invitando a jugar... Jugar, a estas alturas...


En el capítulo segundo del manual del minero de felicidad, en blanco, seguro que dice que busque una roca, mi nueva roca. Y mañana montaré en Dama Blanca, para empezar a buscarla. Una personita de allende los mares tiene ganas de jugar... no tengo ni idea si de esto saldrá algo, pero sería de una pésima educación rechazar una invitación.


Pero, ¿cómo se jugaba...?

viernes, 14 de agosto de 2009

Más de un mes / un mes después


Hace más de un mes dejé de escribir en este blog. Hace más de un mes comencé a derribar el muro que construí a mi alrededor. Hace más de un mes, y haciendo un esfuerzo que ni yo mismo me creo haber podido hacer, confié en otras personas. Hace más de un mes salí a perseguir lo que, en definitiva se demostró, resultó ser una quimera que yo mismo había contribuido a dar forma. Hace más de un mes creí haber sido redimido, que podía reintegrarme (mejor dicho, integrarme, nunca lo he estado, eso de integrado) a la humanidad.


Hace más de un mes pensaba que el esfuerzo duro tendría alguna recompensa, hace más de un mes comenzaba a atreverme a hacer una cosa extraña: hacer proyectos de futuro. Hace más de un mes pensaba que dejar a otras personas mirar en mi interior podría serme beneficioso, o, al menos, que induciría a otras personas a pensar que no necesitaban dañarme.


Hace más de un mes me dejé deslumbrar, hace más de un mes comencé a ser crédulo. Un mes después he perdido mi inocencia. Un mes después he dejado de perder, sencillamente porque ya no me queda nada, ni el amargo regusto del rencor.


Un mes después me encuentro rebuscando por el suelo los trozos que quedan de mí, sin saber cuántos trozos hay ni de qué tamaño son, ni de cómo encajan los unos con los otros. Un mes después lamento la soberbia con que pensé que podría anticipar un comportamiento extraño, conociendo como conozco el lado oscuro de las cosas y de las personas antes que el lado claro. Un mes después, yo que creía estar curtido de toda clase de sufrimiento, lamento la infantilidad con la que he actuado, lamento el quijotismo absurdo con el que me he dejado conducir.


Un mes después me aferro a la esperanza de que sólo me queda subir, pues es imposible caer más bajo. Un mes después contemplo la tormenta que se desata con violencia sobre Guadalajara, sin saber qué estoy mirando. Simplemente miro, sin pensar. Un mes después me siento cansado y viejo, sin proyecto, otra vez en la rutina de esperar que mañana no sea aún peor que hoy, otra vez sin querer mirar más allá del plazo de un día.


Un mes después descubro que el desengaño es el único maestro del que me puedo fiar, que el fracaso es lo único que tiene carácter de certeza en este universo. Un mes después el olor de la tierra mojada por la lluvia es lo único que me consuela, pues significa que no todo está muerto.


No quiero pensar en cómo serán las cosas dentro de más de un mes. No quiero pensar.

sábado, 4 de julio de 2009

Civilización


Nos sentamos ante una mesa plagada de aparatos electrónicos, nos comunicamos instantáneamente con personas que están en cualquier parte de Europa o del mundo, sabemos en un momento en qué punto se encuentra el cargamento que estamos esperando, asignamos códigos indescifrables para el común de los mortales para designar objetos que se diferencian entre sí sólo por sutiles detalles, usamos rígidos protocolos sociales para relacionarnos con nuestros semejantes y con nuestros superiores y subordinados, asignamos prioridades a nuestras tareas para alcanzar la máxima productividad, nos rodeamos de normas y más normas, con el propósito de enmarcar y dar forma al caos que nos rodea. En suma, nos consideramos civilizados.

Pero la realidad es que nos pasamos el tiempo marcando el territorio, por ejemplo, con códigos de acceso al sistema de ordenadores, vistiéndonos y usando un sinfín de objetos proclamamos nuestro status dentro del grupo, consciente o inconscientemente queremos subir en la jerarquía, queremos aparecer delante de los demás con nuestras mejores galas para pretender exhibir nuestro atractivo sexual.

La compañera que se sienta en la mesa de al lado está defendiendo su territorio, me doy cuenta claramente cuando se muestra reticente a que la ayude cuando yo he terminado mi tarea y ella debe compensar el (considerable) retraso que lleva en la suya, mi jefe exige puntillosos detalles a los e-mails que envío a nuestros clientes y proveedores, yo me doy cuenta y digo en voz alta que voy a orinar por las esquinas. Lo he dicho con apariencia seria pero muerto de risa por dentro. Jefe y compañera me preguntan qué es lo que he dicho, y les digo que, simplemente, voy a marcar el territorio.

He conseguido el objetivo, dos personas se ponen rojas casi hasta el colapso y yo echo de menos una banda sonora o unos aplausos grabados. Lo único que obtengo son tímidas sonrisas y miradas que evitan cruzarse con mis ojos. He subido un peldaño en la jerarquía del grupo, babuino afeitado y duchado, y me siento contento.

Rígidas normas sociales exigen que me muestre impasible (y, sobre todo sin mirar) ante el considerable (a la par que apetitoso) escote de otra compañera. Sin embargo, me resulta imposible evitar que durante fracciones de segundo mi vista se desvíe y que tenga que hacer esfuerzos (denodados) por mantener la vista fija en los ojos cuando hablo con ella. La compañera que ha bajado hace un momento un escalón me mira y, silenciosamente, me dice que me ha pillado mirando. Recupera instantáneamente el escalón perdido con un par de observaciones mordaces acerca del verano y de los calores (varios).

Llegan las seis de la tarde, y la hembra-alfa (ya llevamos todo un día en la selva, vamos a llamar a las cosas por su nombre), que lleva tres meses de duro enfrentamiento con el macho-alfa del grupo, me pide que, por favor, la lleve en mi coche al aparthotel donde todos los que nos hemos trasladado nos hospedamos mientras encontramos vivienda. Al macho-alfa sólo le falta mostrar los colmillos, él lleva y trae desde nuestro aterrizaje a la hembra-alfa.

No puedo evitar unas sinceras ( y sonoras) carcajadas. Esto es la selva, no sólo por el calor que hace, sino porque estamos (todos, y yo el primero) comportándonos como babuinos. Me siento divertido, pues llevo unos años cerebralizando mi comportamiento y, de repente, veo cosas que, por lo visto, han estado delante de mí todo el tiempo.

Y no puedo evitar sentirme contento, porque un babuino de status superior al mío y con quince años menos que yo, me considere un rival.

Llego al aparthotel, culminación de la civilización, con aire acondicionado (qué gloria!), baño espectacular, suelo de madera, y tras soltar mi bolsa me voy directo a la ducha. Le pregunto al babuino que me mira desde el espejo que dónde ha perdido su pelo.

Buen resumen para un día completo. Tras nuestra civilización, sólo somos monos desnudos.

domingo, 21 de junio de 2009

Celsius


Celsius Imperator, ése es el dueño y señor de esta región. El Corredor del Henares es un sitio notablemente llano, y notablemente caluroso. Llevo dos semanas aquí, entre Alcalá y Azuqueca, ambos de Henares, y el mundo que me rodea está compuesto, a partes iguales, de trabajo duro y calor, mucho calor. Echo un poco de menos subidas interminables, umbrías misteriosas, el rumor del agua y el aire, tan a menudo cortante, de mi Montseny. Sin embargo, aquí disfruto de largas, interminables rectas, del abrazo tibio del aire, de la luz. Una luz clara, cristalina, sin esa calima tan mediterránea. Tengo que acostumbrarme de nuevo a rodar,a aguantar largos ratos a ritmo constante. Incluso Dama Blanca ha empezado a cambiar. Tiene el manillar más bajo, permitiendo una postura más acoplada, más apropiada para rodar, y está pidiendo a gritos unas cubiertas más rodadoras.

Mis rodillas piden también a gritos que entrene más a menudo, que pierda peso. Qué novedad, el mirar hacia delante, en vez de comprobar que los ladrillos de las paredes de mi autoimpuesta cárcel están intactos, ordenados, todos en su sitio, ordenados, regulares. Ahora hay horizonte, ausencia de límites... y una necesidad imperiosa de moverme, de salir, de subir a esos cerros que hay al este y ver más lanos, más horizontes.

El futuro ya no es una rotonda, en la que se entra pero no se sale, sino una carretera con pocas curvas y pendientes moderadas, donde luce una luz intensa, donde el aire abrasa cuando te pasas un poco más de las once de la mañana. Estoy deseando que llegue el frío del invierno, pues eso supondrá que he superado mi nuevo bautismo, y que no me siento un extraño rodeado de gente extraña.

Celsius Imperator es, en cierto modo, un aliado. Ave.

viernes, 12 de junio de 2009

Mañana

Mañana es sábado, el primer sábado en un lugar nuevo, tantas opcones delante que lo más probable es que no haga nada. Mañana es un día para explorar un nuevo entorno, es un día para relajarse después de una semana cargada de tensiones. Mañana será un día con más de cuarenta grados de temperatura pero, extrañamente, no me ahogo en sudor. El calor me acaricia como una promesa, tiendo a ver una nueva luz, unas nuevas personas, como un nuevo comienzo, más que como el fin de una etapa anterior. No es cuestión de optimismo, sino de supervivencia. En la vida que dejo atrás he anulado casi completamente mi personalidad, he reducido la existencia a un mero esperar al día siguiente como un eslabón de una cadena de la que no veo ni su inicio ni su fin, sino un eslabón exactamente igual al anterior.
Carmen, me gustaría que estuvieses aquí, me gustaría ver cómo te han cambiado los años, me gustaría decirte que, por fin, existe una vida más allá de nuestro adiós, me gustaría tanto mirar atrás y poder decir que siento que he pasado página, que ya no intento negarte, que eres una parte más de mí, con los aciertos y errores que cometí, que uso tu recuerdo (por fin, recuerdo y no obsesión) como palanca para romper las paredes de una cárcel que yo solito (fíjate tú, sin ayuda de nadie) edifiqué.
Cerca del centro histórico de Alcalá de Henares (lejísimos de una ciudad tres veces inmortal) un hombre más viejo, y sin embargo, más nuevo, piensa en mañana no como un hoy mantenido, sino como algo diferente.
Habiéndolo perdido todo, soy más rico que nunca, pues tengo un tesoro escondido en un cofre: una cadena rota. Diciéndote definitivamente adiós, estás más cerca de mí que nunca.
Tengo que aprender a ser libre, mañana será la primera lección.

lunes, 13 de abril de 2009

Dama Blanca



Dama blanca no es un prodigio de tecnología, no es la más rápida, no es la más ligera, no es la más impactante, pero seguro que es la más fiable. Es virtualmente imposible averiarla. Si es capaz de soportarme a mí kilómetro tras kilómetro sin desmontarse, es capaz de cualquier proeza. En el inicio de la salida de ayer (aparcamiento de mobil-homes que se niegan a pagar la estancia de un camping) en Santa María de Palautordera, una finísima llovizna y nada de viento prometían una mañana entretenida. Un poco de subida, quizás hasta Montseny, bajar sin mucha prisa y así desperezarme después de dos dias de mini-vacaciones mirando cómo llovía, era el plan. Unos pocos estiramientos, colocarse los auriculares y poner en funcionamiento el mp3. Un tópico, la Pasión según San Mateo, de Bach, no por conocida menos bella.


La carretera hacia Montseny empieza muy llana, y no es hasta llegar a la curva de las Piscinas que te das cuenta de que ésta es una montaña de verdad. Apenas llueve, el chubasquero aún no se ha empapado y me protege de lo peor del día. El calor que genera la actividad física compensa el frío que poco a poco se va acentuando. Una vez más, sólo hay montaña y música, y yo en medio entre ellas

"Befiehl du deine Wege
Und was dein Herze kränkt
Der allertreusten Pflege
Des, der den Himmel lenkt
Der Wolken, Luft und Winden
Gibt Wegw, Lauf uns Bahn,
Der Wird auch Wege finden,
Da dein Fuss gehen kann"

(Encomienda tus caminos
Y todo lo que ofenda tu corazón
Al más fiel de los cuidados
De Aquel que rige los cielos.
El que a nubes, aire y vientos
Muestra su camino y curso,
Él señalará por dónde
Pueden caminar tus pies)

Justo cuando termina la Coral nº44 llego a la marquesina del autobús en la entrada de Montseny. Dos ciclistas (de los de verdad) se guarecen de la lluvia. He llegado hasta aquí arriba sin darme cuanta de que la fina llovizna ha dejado paso a una lluvia de verdad. Dama Blanca reluce como con perlas entre sus cables. Los dos ciclistas desisten y empiezan a bajar. Me encuentro muy tranquilo y extrañamente confortable. Miro carretera abajo, miro carretera arriba, y decido cambiarme el chubasquero por algo más serio: el maillot de plástico. Un poco de agua, una manzana, y hacia arriba.

Ha pasado una media hora desde la parada y avituallamiento. El agua cae en serio, me duelen las rodillas, me duelen las muñecas, me duele el cuello, hace mucho, mucho frío, y a pesar del chubasquero estoy empapado hasta el tuétano. Ni un coche, ni una moto, ni una bici, sólo lluvia, niebla, viento, música y dolor.

Si he de partir un día
No te apartes de mí
Si he de padecer la muerte
¡Ven a mí!
Cuando más temores sienta
Angustiar mi corazón
!Arráncame del sufrimiento
Con tu pena y tu amor!

Un recuerdo de mi pasado me regaló una vez una traducción de mi obra favorita, intercalando líneas en alemán y su traducción en Español. Con el paso de los años, he podido memorizar el texto y ya no oigo la versión original, siento los subtítulos. No faltan más de dos kilómetros para llegar a Collformic cuando la lluvia se convierte en aguanieve. No puedo seguir soportando el dolor, no puedo seguir soportando el frío, y mientras estoy decidiendo si bajar o no, llego hasta el puerto.
El aparcamiento está abarrotado, tres 4x4, dos coches, seis motos y nueve bicicletas, cuatro de ellas de montaña. La barahúnda del interior llega hasta la puerta. Un café con leche calentito, y me bajo. Entro y una muralla de calor me empuja hacia atrás. Nunca he visto el bar tan lleno, con gente de pie alrededor de las mesas por falta de sillas. El ruido es ensordecedor, la gente habla a gritos para hacerse entender por encima del ruido de fondo.
Antes, se decía que cuando había camiones aparcados, un bar era bueno. Los tiempos han cambiado. Ahora hay bares de moteros y de ciclistas, hoy tan empapados como yo. Me pregunto si las butifarras con patatas son sustancias dopantes. La cerveza (perdón, isostar de cebada) es, por lo que veo, universal.
El café con leche me sienta de maravilla. Miro hacia atrás y adivino, entre los cristales empañados de las gafas y los aún más empañados del bar, que el aguanieve cae con copos formales de vez en cuando. Es hora de bajar.

Dama Blanca me espera, humilde, entre hermanas de fibra de carbono, dobles suspensiones y maravillas tecnológicas que deben ser cubiertas con plásticos por sus dueños antes de entrar.
Nosotros tres, bicicletas, hombre y Bach, volvemos cuesta abajo.

Una vez de vuelta en el coche, cambiado y seco, me pregunto si en Madrid encontraré una montaña tan acogedora y cruel a la vez como mi Montseny.

jueves, 2 de abril de 2009

Indiferencia


Es la hora de la comida en el centro de distribución e, increíblemente, ha dejado de llover. Salgo a tomar un poco el aire, huyendo de los ecos de las naves vacías, de los silencios de las voces que ya no volverán a sonar, de la inmensidad hueca y a punto de ser abandonada. Me apoyo en el tronco de un árbol que hay justo al lado de la puerta de entrada, me fumo un cigarrillo. Mi atención se distrae mirando el trabajoso caminar de una hormiga, arrastrando un trozo de algo mucho más grande que ella.

El mundo de la hormiga es plano. Sus sentidos sólo detectan las feromonas que le guían hacia el hormiguero y algunos retazos del enorme valle por el que camina. Ese valle no es más que el dibujo de la baldosa de la acera. En el mundo de la hormiga sólo hay un deber: acarrear trozos de comida hacia el hormiguero. La hormiga no tiene forma de saber que la estoy mirando, no tiene forma de imaginar que algo de enormísimo tamaño puede ser una persona.

El mundo del hombre que observa a la hormiga es esférico. Sus sentidos detectan colores, olores, texturas, formas que se extienden en la distancia muchísimo más allá del alcance de sus brazos. En el mundo del hombre se está produciendo el paso de un pasado no demasiado alegre a un futuro incierto, paso conectado al cierre de los almacenes que quedan a su espalda. El hombre no tiene forma de saber que Gaia está mirándolo todo, no tiene forma de imaginar el enormísimo tamaño de Gaia.

El mundo de Gaia es infinito, millones de años-luz la rodean. Nadie puede ser capaz de saber en qué está pensando Gaia, ni siquiera aproximarse al concepto de lo que puede ser pensar para alguien como Gaia. Gaia sólo habla con Selene (¿su hija?¿su hermana?) y con Helios, su padre, en un lenguaje inconcebible tanto para la hormiga como para el hombre, pero ambos forman parte de Gaia, ambos son Gaia.

El vacío del espacio es muy frío, y Gaia se arrebuja, cubierta con su manto azul. El tiempo es el tejido del que se compone lo que le rodea, trama y urdimbre de las infinitas vidas que la forman.

Gaia es tan indiferente respecto al hombre que está fumando apoyado en el árbol, entre dos chaparrones, como la hormiga que atraviesa una esquina de la loseta de la acera. La indiferencia es la única constante universal, en un universo que contiene escalas tan diferentes como la de la hormiga, el hombre y el planeta.

Apago el cigarro y vuelvo al trabajo. Todavía queda un buen rato hasta las cinco y media. Mi jefa no sería indiferente si me quedo un rato más fumando y dejando volar la mente.

domingo, 29 de marzo de 2009

Contra todo pronóstico


Contra todo pronóstico, tenemos primavera. Todo se empeñaba en eternizar un invierno frío, crudo, cruel en sus contenidos. Pero, de repente, levanto la mirada y veo cosas verdes, cosas nuevas... Empecé a escribir este blog intentando buscar en medio del invierno la promesa de una primavera, pero el invierno acabó engulléndome.
La crisis me alcanzó de lleno, pero ahora hago equilibrios, sobre mi tabla de surf, sobre la cresta de la gran ola. Un buen día (un mal día) reúnen a todos los empleados del centro de distribución de Barcelona y les (nos) comunican que Suecia (qué tentación, abstraer al enemigo como Suecia, o el Sistema, etc.) decide concentrar los centros de distribución en Azuqueca de Henares. Tres opciones: traslado, despido o incorporarse a una tienda de la ciudad de Barcelona como vendedor de segunda. Tres opciones: lo desconocido, el paro o volver donde todo empezó, hace casi diez años.
He escogido el traslado. He escogido el enfrentarme a lo desconocido, he escogido la solución más sencilla, huirde mi realidad e intentar construirme una nueva, lejos de aquí. En un principio, dentro de una semana debía marchar. Pero esa extraña suerte que de vez en cuando me acompaña y no deja de sorprenderme decide que soliciten mis servicios en otro departamento, que resistirá aquí en Barcelona hasta finales de junio.
De repente hay cosas verdes, cosas que crecen a mi alrededor. Ver el entorno que veo no será menos doloroso, pero hay una vuelta de página. Veo desde aquí la última línea de la página actual, y me encuentro más solo que nunca. Mi amiga Amparo dice que es una decisión muy valiente el desplazarme, pero yo lo veo como la solución mas cobarde, huir de lo que me aterra en los elementos de mi entorno, huir de la decisión que tomé hace trece años, el someterme y anularme a mí mismo, el obedecer sin resistir.
Yo soy el malo de la película, aquel que, después de cuarenta y cinco años de callar, dice, en voz baja y neutra, que está harto de chillidos, aquel que calla y se lo come todo. No puedo mantener la promesa de ser perfecto a sus ojos. Necesito irme, necesito dejar de buscar una falsa promesa de primavera, necesito ver verde, sentir verde, crecer... ya tendré tiempo de volver siendo un viejo. En cierto modo, el cisne necesita lanzar su último canto.

Contra todo pronóstico, no nos han podido negar la primavera. Las estaciones, inmutables, no entienden de problemas humanos, de crisis, sólo se suceden las unas a las otras, en un ciclo interminable. Más allá brilla el sol, y el verano llegará. Quién sabe, incluso Carmen puede tener un lugar en la nueva estación.

domingo, 11 de enero de 2009

Nieve


Después de toda una semana rodeado por la nieve (es decir, ha nevado en todas partes menos en mi ciudad, parece) se me apetecía salir a dar una vuelta. En principio debería haber sido una ruta circular (y llana, of course) por la N-II, pero ha terminado en una kilometrada de dos horas y media, cincuenta kilómetros en total, disfrutando en la segunda mitad de la salida de unas impresionantes vistas de un Montseny parcialmente nevado. Una imprudencia temeraria, dado mi inexistente estado de forma, ridículo fondo físico, ínfima capacidad pulmonar, exuberantes adiposidades y nula habilidad técnica con la bici. Pero Bach tuvo la culpa de todo. Bueno, no toda, tambien tuvo mucho que ver el frío.

El invierno te permite llevar un MP3 de incógnito, bajo la braga que te llega hasta las orejas, cargado de un giga de belleza. Amaneció con una fría y limpia luz, reflejos brillantes en todos lados, humedad chorreante en las calles, bajando hacia la carretera por el carril-bici, suavidad en la blanca montura, frío bajo la armadura del Caballero Negro (tanto el maillot como el culotte son negros). Destacaba por su falta de coherencia con la quietud de la mañana y una cierta calidad crujiente del aire la banda sonora de la película Hamlet (versión 1964, compuesta por Dmitry Shostakovich), pero al menos pronto iba a entrar en calor, la cuesta abajo se terminada y empezaba el llano...no por llano menos difícil. Mover una bicicleta de montaña de catorce kilos, bajo una montaña de ciclista de ### kilos, a una velocidad tal que permita mantener una media no risible de 20 km/h, no es nada fácil, al menos hay que reconocer el mérito que tiene.
Me pasé la primera hora distrutando de la luz (extraño, iba disfrutando, en lugar de estar sufriendo por el dolor de rodillas, y el dolor de algunas otras partes anexas al sillín), purísima como el cristal. Doce horas de viento norte lo limpian todo, y seis de lluvia lo aclaran. Pero a la altura de Pineda de Mar fui abducido por la misa en si menor de Bach, y en vez de volver tras dar la vuelta a la rotonda que hay frente al bingo de Calella. No me di cuenta de que me había pasado tres pueblos (exactamente, tres) hasta haber llegado a Tordera, lugar desde el que se puede empezar a disfrutar de la vista de mi montaña, el Montseny.

Lamadita a casa ("recógeme en la riera de Arbucies, en el campo de aviación"), beberme buena parte del agua que me había traído, y abandonarme en Bach, que me decía "todo esta bien", "todo está en orden". Un extraño documental, sólo paisaje y música, y algunos episodios sueltos de alejamiento, de ausencia de pensamiento. No había inquietudes, ni preocupaciones, ni fatiga, ni dolor, sólo una carretera en la que estaba porque sí, todo consistía, an aquellas ocasiones, en estar.

Qué peligro, qué falsa promesa, la nada. Como me comentó mi amiga Amparo, "¿qué hay después del nirvana? Seguir fregando y barriendo". Pero no se friega de la misma manera después. Tienes algo único a lo que agarrarte. Tienes algo a lo que agarrarte. Tienes algo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Arquetipos


En el inconsciente colectivo, las bicicletas habían significado libertad. Lentos días de verano, niños ociosos buscando nuevas aventuras... lejos. La bicicleta era un icono en los tiempos en que los automóviles eran escasos, las calles, jugables, y los niños, gregarios.
Los arquetipos han cambiado. Hoy día, la bicicleta identifica a la tribu. ¿A qué tribu de ciclistas perteneces? Un observador llegado de otra galaxia identificaría, como mínimo, a dos de ellas: los "de carretera" y los "de montaña". No necesitaría saber nada de la historia de la cultura contemporánea, nada de sociología, nada de historia, sólo observar que una de las dos tribus se compone de individuos increíblemente (imposiblemente, añado) delgados, mientras que a la otra le sobran algunos (en grado variable, muuuuy variable) kilos. Además, los colores tribales, las pinturas de guerra, la indumentaria tribal, son diferentes. Mientras que unos se ciñen ajustadísimas lycras, otros visten camisetas amplias que flanean al viento, pantalones cortos casi más propios del skate-board. Mientras unos caminan como patos, pues sus suelas son rígidas gracias a materiales como la fibra de carbono, otros calzan botas tan capaces de caminar por cualquier sendero como de pedalear horas seguidas.
Sus monturas son también muy diferentes. Unas son aerodinámicas, afiladas y ligerísimas máquinas de fibra de carbono o de aluminio multiconificado (los más pobres) preparadas para devorar kilómetros, mientras que otras son máquinas de absorber baches, saltar cortados... cada gramo de más se dedica a frenar más, a amortiguar más. Es el triunfo de la resistencia mecánica, la apología del tocho, frente a una epifanía de suavidad, de falta de rozamiento, de distancia.

Una de las tribus acuña denominaciones para separar ambas tribus... ellos son los verdaderos ciclistas (tronco histórico, rama secular, facción purísima), mientras que los otros son llamados globeros, personajes que usurpan sus vías de circulación y les obstaculizan, dada su menor velocidad. Pero el observador extraterrestre, sagaz, observa que ambas tribus se componen de individuos que gastan una cantidad considerable de dinero en sus monturas e indumentaria, leen obsesivamente revistas y paginas web sobre equipamiento y técnica, equipan cascos que delatan su jerarquía social (cuantas más aberturas de ventilación, mayor es su status). Ambas tribus miden en kilómetros su desempeño, ambas tribus dicen que no han completado los sopotocientos kilómetros previstos por culpa de aquel catarro, de aquella tendinitis, de aquel programa de entrenamiento que sigue... ambas tribus se rodean de sus semejantes, como tribus que son.

La bicicleta no te da la libertad, te ata a tu tribu. Interesante cambio de arquetipos.