domingo, 1 de noviembre de 2009

Caminos




Creía que vivía en un páramo seco, resquebrajado, asolado por el viento y calcinado por el sol. Pero no era más que la proyección de mi imagen interna al exterior. Desde agosto he descubierto que estas tierras están surcadas por miles de caminos estrechos, carreteras minúsculas, vericuetos donde el GPS encuentra dificultades para localizar la ubicación.


En La Alcarria la soledad encuentra su magnificencia. En algunos lugares, como en la carretera que va desde Azuqueca de Henares hasta el Pozo de Guadalajara, el llano habla de eternidad, de inmutabilidad, sólo surcada por una infinita recta que engaña a los sentidos, y que proporciona al ciclista unos minutos, largos minutos, de sensación de estar fuera del tiempo. En otros lugares, como en la carretera que une Humanes con Torre del Burgo, la comarca parece un baúl abandonado en un desván, lleno de secretos antiguos, rincones escondidos, sorpresas tras cada curva.


El mayor secreto que me ha sido dado descubrir es el de la serenidad del paisaje, serenidad de la que me empapo cada vez que monto en mi Dama Blanca. Atrás han quedado los meses de confusión interior, de conflictos, de emociones límite, de desesperación personal. El otoño se ha desencadenado, plácido, tanto fuera como dentro de mí. Ha sido este verano un doloroso proceso de aceptación, de reconocimiento, da caída, y de levantamiento, de renacer. El cereal de invierno empieza a mostrar sus primeros brotes verdes. Yo, también.

1 comentario:

  1. Precioso escrito que realza la belleza de estos pedacitos de España poco conocidos para muchos.

    Un saludo

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